Siempre me ha parecido curioso el hecho de que, en el pueblo, te cruzas con alguien con el que no tienes el más mínimo trato, y le saludas por cosa de la educación. Pero si a esta misma persona te la encuentras en cualquier otro sitio, le saludas con una efusividad encreíble, entablas con él conversación y eres capaz de preguntarle hasta por su familia... Supongo que hay vínculos que están por encima de uno mismo, como los de sangre, o los de patria.
Nuestra casa y la del matrimonio del Hospital están en puntos opuestos en el pueblo, y tampoco nos une a ellos relación de amistad ni de amistades comunes. Nos conocíamos, como se conoce a todos aquí, pero no existía ningún punto de unión entre nosotros.
Sin embargo, en cuanto la mujer de esta pareja se enteró de que estábamos allí, se deshizo en atenciones. Y venía a preguntar cómo seguía, y a darme las buenas noches y los buenos días. Pero sin pasar de la puerta, como el que no quiere molestar. Con educación y con conocimiento.
Por supuesto, esa misma atención la recibió por nuestra parte.
Y ese vínculo creado se mantiene hoy.
Siempre con mucha amabilidad y discreción nos hemos preguntado cuando nos hemos visto por el pueblo.
Recientemente falleció el marido. No sabía mucho de él, pero lamenté su pérdida. Él había dejado de padecer, y la amable señora se quedaba sola.
***
Esta mañana nos hemos vuelto a encontrar en la calle. Ni siquiera la había conocido. Iba tapada hasta los ojos, resguardando su constipado del fresco de la mañana. Y ha sido ella, una vez más, la que ha preguntado por mi. Debería haber sido yo quien preguntara primero. Me ha conmovido. Y no me la quito de la cabeza. Su apacible tono de voz y su eterna sonrisa. La típica abuelita buena, que es capaz de sonreír sinceramente aunque todo alrededor esté dando tumbos.
Y me ha dicho al despedirse que seguirá preguntando por mi, para saber cómo estoy.
Uff. No sé qué decir. ¿Qué puedo hacer para agradecer tanta amabilidad?
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