miércoles, 30 de noviembre de 2011

Matilde

  Cuando en Septiembre estuve en el Hospital, compartí tabique con un matrimonio del pueblo. El marido, un señor ya mayor con diversos problemas de salud,  había tenido algo de corazón y le habían ingresado.
  Siempre me ha parecido curioso el hecho de que, en el pueblo, te cruzas con alguien con el que no tienes el más mínimo trato, y le saludas por cosa de la educación. Pero si a esta misma persona te la encuentras en cualquier otro sitio, le saludas con una efusividad encreíble, entablas con él conversación y eres capaz de preguntarle hasta por su familia... Supongo que hay vínculos que están por encima de uno mismo, como los de sangre, o los de patria.
  Nuestra casa y la del matrimonio del Hospital están en puntos opuestos en el pueblo, y tampoco nos une a ellos relación de amistad ni de amistades comunes. Nos conocíamos, como se conoce a todos aquí, pero no existía ningún punto de unión entre nosotros.
  Sin embargo, en cuanto la mujer de esta pareja se enteró de que estábamos allí, se deshizo en atenciones. Y venía a preguntar cómo seguía, y a darme las buenas noches y los buenos días. Pero sin pasar de la puerta, como el que no quiere molestar. Con educación y con conocimiento.
  Por supuesto, esa misma atención la recibió por nuestra parte.
  Y ese vínculo creado se mantiene hoy.
  Siempre con mucha amabilidad y discreción nos hemos preguntado cuando nos hemos visto por el pueblo.
  Recientemente falleció el marido. No sabía mucho de él, pero lamenté su pérdida. Él había dejado de padecer, y la amable señora se quedaba sola.
  ***

  Esta mañana nos hemos vuelto a encontrar en la calle. Ni siquiera la había conocido. Iba tapada hasta los ojos, resguardando su constipado del fresco de la mañana. Y ha sido ella, una vez más, la que ha preguntado por mi. Debería haber sido yo quien preguntara primero. Me ha conmovido. Y no me la quito de la cabeza. Su apacible tono de voz y su eterna sonrisa. La típica abuelita buena, que es capaz de sonreír sinceramente aunque todo alrededor esté dando tumbos.
  Y me ha dicho al despedirse que seguirá preguntando por mi, para saber cómo estoy.
  Uff. No sé qué decir. ¿Qué puedo hacer para agradecer tanta amabilidad?

domingo, 20 de noviembre de 2011

  Nunca nos había tocado formar parte de una mesa electoral.
  De soltera no recuerdo que mis padres fueran llamados en ninguna ocasión para tal cosa. Tampoco ninguno de nosotros.
  Pero este año llegó una notificación para J. Le emplazaban a las 8 de la mañana del 20 de Noviembre de 2011, como Suplente de Presidente de Mesa. En principio no tiene que haber ningún problema. Se presenta, firma las actas correspondientes, dice que va a estar localizable todo el día, y se va a casa.
  Al menos eso es lo que le he deseado cuando ha salido de casa.
  Veremos.