jueves, 14 de octubre de 2010

El Molinete.


  La previsión del tiempo no era nada buena para el fin de semana y el puente del 12 de Octubre.
  Durante esa semana anterior habíamos comentado la posibilidad de pasar la noche del sábado 9 al domingo 10 de Octubre acampados en El Molinete, un lugar del que Javi nos había hablado en multitud de ocasiones pero en el que nunca habíamos estado. Raquel, Laura y Juanjo tenían mochilas nuevas, y esta era una buena ocasión para estrenarlas.
  Pero no habíamos concretado nada.
  Esperamos a la misma mañana del sábado para echar una ojeada al tiempo, y decidir.
  Y el sábado amaneció soleado.
  Javi, Isabel y Marco estuvieron en casa; programamos la salida, y nos pusimos en marcha.
  Antes de comer todo quedó preparado. Sacamos y montamos las mochilas, con las colchonetas, los sacos de dormir, la ropa de abrigo, algo de comida, las botas de montaña... Después de comer, preparamos bocadillos para cenar esa noche. y, una vez concretados los últimos detalles, salimos hacia Linares de Mora, en la provincia de Teruel.


  La tarde iba oscureciéndose a medida que pasaba el tiempo. Me preocupaba que empezara a llover y nos fastidiara el plan. Pero, de momento, aguantaba.
  En Linares, paramos para rellenar unas botellas de agua. El pueblo parecía estar de fiesta. Me llamaron  la atención las colchas colgadas en todos los balcones, tal como se hacía aquí antaño los días de fiesta. Más tarde he sabido que, justo ese fin de semana, se celebraba La Teñada, que es una Muestra de Artesanía, este año en su II Edición.



  Apenas estuvimos unos minutos en Linares, pero nos dejó una agradable sensación y quedamos en visitarlo pronto.
  Desde Linares, por la carretera que lleva a Valdelinares, a la derecha, y un poco más arriba del famoso Pino Escobón, se encuentra el Valle del Molinete. Se trata de una zona donde la naturaleza continúa en estado puro. Dista unos 4 km. de Linares. Desde la carretera, arranca el camino que nos conduce al valle. Es un buen lugar para aparcar los coches, cerca de la carretera, pero al amparo de los pinos. Una senda nos llevaría a nuestro punto de destino.
   Nos acoplamos las mochilas y comenzamos a caminar siguiendo la senda que discurre a la orilla del pequeño río que cursa el valle. Por exigencias de la misma senda, tan pronto seguíamos el río como lo cruzábamos, saltando algunas piedras, aunque no llevaba mucha agua. Tal como nos adentrábamos en ese paisaje salvaje y precioso, vimos algunas pozas naturales en las que todavía se encuentran truchas y barbos. De vez en cuando, en un claro, un poste de madera nos indicaba que íbamos en la dirección correcta. 1 Km. 5oo mts. Hasta que llegamos a un antiguo molino harinero, ahora abandonado.
  Podemos hacernos una pequeña idea de las penurias de la gente que, a lomos de una mula, llevaba su grano a moler hasta aquel lugar tan recóndito.
  Hoy, son otras las circunstancias, y este molino se nos antoja un lugar hermoso.
  Un último esfuerzo, y llegamos al claro donde íbamos a pasar la noche.
  Como el tiempo amenazaba lluvia, el primer cometido de la tarde era montar las tiendas. Buscamos una zona adecuada, y libre de piedras. Javi montó la suya rápidamente y, mientras Juanjo y yo montábamos la nuestra, él empezó a preparar un tenderete con una lona, para resguardarnos de la humedad, o de la lluvia, o del frío... y dispuso troncos como asientos y un par de piedras como mesa.
  Y comenzó a llover.
  Nos refugiamos y, esperando que parara de llover, fuimos haciendo un pequeño fuego, y comimos el bocadillo, y unas galletas. Fue anocheciendo. Los relámpagos se hicieron más visibles, parecía que la tormenta se acercaba. Y los niños pronto quisieron irse a las tiendas a dormir...

  "Hay agua en la tienda", dijeron Raquel y Laura. Pero pensamos que era sólo en la entrada, por la dirección de la lluvia. Pero, cuando metí la mano para entrar, sentí, bajo la lona del suelo de la tienda, un colchón de agua. El lugar que habíamos escogido para acampar se había convertido en una balsa que acumulaba todo el agua del claro. Había que cambiar las tiendas de lugar. Llovía a mares. Y era noche cerrada. A pesar de todos estos inconvenientes, Javi y Juanjo, protegidos por sus chubasqueros, lo hicieron rápidamente y con éxito.
  Por fin estuvimos todos acomodados en nuestros improvisados dormitorios. Las colchonetas nos aislaban de la humedad del suelo. Y los sacos nos daban calor y nos sentíamos acogidos, aunque afuera la lluvia no parara.
  Sobre las 11 de la noche la tormenta pasó. Escuchábamos con alivio cómo se alejaban los truenos y los relámpagos.
  De repente se escuchó la cremallera de la tienda de Isabel y Javi, y una respiración agitada. Isabel, que se había dormido unos minutos, se despertó agobiada y con sensación de ahogo. Le faltaba el aire. Y lo buscaba fuera. Estuvo un rato bajo la lona. Probó de nuevo a meterse en la tienda y tuvo que salir una vez más. Parecía estar sufriendo un ataque de ansiedad.
  Decidieron ir a dormir al coche.
  Marco se vino a nuestra tienda. Y, poco a poco, fueron durmiéndose todos. Todos menos yo, que estuve viendo pasar las horas, y escuchando el aire que movía las hojas de los pinos. Dormí algún rato, pero no muy cómoda. Pensaba en Isabel y Javi. La vuelta al coche debió de ser complicada, por la oscuridad y el agua que seguro había aumentado el caudal del río.
  Por suerte, la noche no se me hizo interminable. Y, finalmente, amaneció.
  Con las primeras luces, llegó Javi al campamento. Nos explicó que había llevado a Isabel a casa y que había vuelto; que las lluvias arrancaron algunas piedras que cayeron a la carretera y que tuvo un topetazo con una de ellas; que estuvo esperando a la Guardia Civil, durante 1 hora, para que el Seguro se hiciera cargo de la reparación de los bajos del coche, que quedaron tocados; que era la 2ª noche sin dormir, porque la anterior había tenido guardia en Bomberos...
  Total, un planazo.


  Nos levantamos, desmontamos las tiendas, desayunamos y montamos las mochilas.
  Dejamos todo al abrigo de unos pinos, protegido de una posible lluvia. Y salimos a caminar.


  Javi nos llevó por una ruta de musgo, humedad y vegetación. Monte arriba hasta llegar al Pinar Ciego. Atravesando una masía construida en un lugar privilegiado. Recorrimos un tramo del Pinar Ciego y volvimos sobre nuestros pasos para regresar al campamento.


  Un perro pastor nos salió al encuentro. No se acercó a nosotros hasta que le llamamos. Y se mantuvo siempre por detrás nuestro. Incluso, si por azar nos adelantaba, al darse cuenta, regresaba al final. Se notaba que estaba bien enseñado. Laura le puso el nombre de "Meloco", abreviado de Melocotón. Y así le llamaron los niños todo el rato. Me pareció que, cuando en un par de ocasiones dudamos sobre la senda que seguíamos, Meloco nos adelantaba, como para indicarnos el mejor lugar para seguir la senda. Hasta que llegamos a su masía. Allí se quedó parado, junto al corral, viéndonos marchar.

Meloco
  Llegamos hasta las mochilas, nos las cargamos y empezamos a desandar el valle hacia los coches que nos esperaban junto a la carretera. Javi, nos llevó por el mismo recorrido de bajada, pero algo más enrevesado, para que admiráramos, más si cabe, los recovecos de aquel paraje.
  Efectivamente, el río bajaba con más caudal.


  Sentarnos en los asientos del coche estuvo bien, y el cuerpo lo agradeció.


  Comimos en Puertomingalvo, en el Restaurante "Entre Portales", y muy bien, por cierto. Lo recomiendo. Además el pueblo está muy cuidado, con las casas del centro totalmente restauradas, y la piedra es la protagonista.


  Y dio la casualidad, porque no puedo llamarlo de otra manera, de que nos encontramos con Santi, Santiago Monforte, el profesor de música de la escuela de Benlloch. No sabíamos ni que era de allí. Fue una gran sorpresa, para nosotros, y para él. Ejerció de buen anfitrión, nos acompañó hasta la iglesia, y nos mostró algún rincón más. Muy majo. Aunque nos despedimos pronto porque él tenía un compromiso al que no podía faltar y a nosotros nos esperaba una mesa en el Restaurante.


  En cuanto tuvimos cobertura de móvil, nos comunicamos con Isabel, para saber cómo estaba; y con nuestros padres, para que supieran que estábamos bien.

  Ha sido una buena experiencia. Lo hemos pasado bien, nos hemos reído, hemos estado con nuestros hijos, compartiendo un espacio diferente al de todos los días, respirando aire puro, en plena naturaleza... Para repetir, sin duda.

  El Molinete va a estar presente por mucho tiempo en nuestra memoria.

1 comentario:

Mil gracias por estar ahí