domingo, 15 de agosto de 2010

4 de Agosto


El miércoles salimos de casa con el claro plan de viajar al norte de Portugal.
Quería enseñarles a los mios algunos lugares que mantenía en el recuerdo después de 22 años. Y la realidad superó incluso al recuerdo. Como pasa con los buenos vinos, el paso de los años fue indulgente con aquellos lugares. Parece que los ha mantenido igual de puros. Y, aunque mi mirada es hoy mucho más crítica, superaron la prueba del reencuentro.
Nuestra primera parada fue en la ciudad de Braga. No sabría describirla... Vimos en ella todo aquello que echamos en falta al visitar Vigo. Los años parecen haberse detenido entre sus calles y en sus edificios. Las rotulaciones de los comercios, los escaparates, los portales de las casas, las decoraciones de los parques, los vehículos... parecen pertenecer al pasado pero, al mismo tiempo, es lo que le da el encanto. En Braga visitamos la catedral, y anduvimos por sus calles y plazas, saboreando el dulzor de la piedra, de los adoquinados, de las fuentes y los jardines.
Los portugueses son excelentes jardineros y cualquier rincón es ideal para plantar unas flores o improvisar un mosaico floral.
Resaltar el silencio y la educación de sus habitantes.

Nuestra siguiente parada fue en el Santuario del Bom Jesus do Monte.
Se mantenía tal y como lo recordaba.
A mi familia les encantó. Recorrimos la gran escalinata del Viacrucis, y visitamos las capillas que cuentan la Pasión de Cristo, y tocamos el agua de las fuentes que exaltan la figura de los Sentidos. Visitamos el Santuario.
Y paseamos montaña arriba, admirando los rincones que oculta, hasta llegar a un pequeño lago. Incluso nos montamos en una barquita y remamos.
Sentimos no haber llevado unos bocadillos para comer en alguna de aquellas mesas de pic-nic dispuestas en pleno monte, al abrigo de árboles majestuosos...

Nuestro punto final del recorrido fue en La Fortaleza en Valença do Minho. Se trata de una auténtica fortaleza del tipo Vaubán que se ha mantenido casi intacta desde el siglo XVII, pero que actualmente está ocupada por centenares de comercios dedicados a la venta de toallas, sábanas, mantelerías, souvenirs... Hay que recordar que Portugal, tradicionalmente, se ha hecho popular como país de las toallas. Desde siempre los españoles cruzaban la frontera porque en el país vecino encontraban una gran variedad de estos productos a unos precios que bien valía la pena el viaje...
Hay también algunos restaurantes, y algunas tiendas de antigüedades.
Y vimos edificaciones muy bellas, aunque lamentamos que el lugar estuviera tan masificado y tan concurrido... Como si los tendales de toallas y sábanas, presentes en prácticamente todas las casas, hubieran profanado las calles y las casas de aquel lugar...

Resaltar que las opciones de elegir carretera para viajar por aquella zona no son muchas. Lo más lógico es tomar una carretera nacional para visitar pueblecitos y meterte por rincones, sin pisar autopista. Pues bien, la velocidad permitida es de 50 Km/h. En algunos momentos, la lentitud nos sacó de quicio. Porque además vimos una especie de farolas que no pudimos identificar qué eran exactamente, y ante la duda de que fueran rádares... En fin, que cualquiera se pone a correr...
Entrar en suelo español y pisar el acelerador es toda una experiencia.


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